Sentirse respirar y agradecerse cada suspiro. No hay mejor privilegio.
Me pregunto cómo es que no se nos enseña a valorar una cosa tan simple en la escuela.
De compañía, la luz de la luna y por arma, un corazón dispuesto
a sentir más y mejor. Esa es la esencia de cualquier batalla. A solas, pero ante un adversario
imaginario que se fusiona contigo. Quiero y no puedo. Puedo y no quiero.
Dejando soltar el peso contra el suelo, pero con la mirada cada
vez más cerca de la luna. Dos mundos. El de aquí y el de allí. Rostros de
quienes se fueron se proyectan en la luna; te hablan, te sonríen y te animan
como si nunca se hubieran marchado. Te alegras pero tambien lloras.
Hay tanta belleza a tu alrededor, tanto tesoro, que entonces
llega el momento de acordarte de los tuyos propios, de esos tesoros que sabes
que tienes; de a quién quieres y de quien te quiere; y hasta incluso puedes
dedicarle unos instantes a los que sabes que te querrán a su lado quién sabe
en qué vida.
No hace falta reloj ni hay prisas. Nadie te espera, aunque sí
que sueñas ver a ese alguien al llegar al final del final.
Pero justo entonces, te sientes respirar nuevamente y vuelves
a agradecer el suspiro que le sigue, celebras de algún modo que estás viva,
sana y con ganas de seguir hacia adelante.
Dichoso privilegio el de respirarse bajo la luz de la luna…
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