Rendirse a la emoción para renacer y aspirar de un aire que viene
finalmente en son de paz.
Saber ver la nobleza de la rabia de quien te apunta, y esperar sin juicio a que
tome la vuelta con la misma inercia de un boomerang cuando es lanzado al aire.
Perdonarse las iras de toda una vida.
Aplicar la simplificación logarítmica a cosas cotidianas, descomponiendo
todas las partes en factores primarios y mover el exponente a tu lado y para
siempre.
Despejarse de la raíz que duele.
Guardar las fracciones irracionales que quedan de resultado, cuyo
denominador común es el amor que une y que tiende a un infinito de mucha
vida pasada juntos.
Sumar en decibelios las batallas contadas por amigos de corazón noble,
despejando el ruido que enmascara la historia de añoranza que en realidad te
cuenta.
Oír esa misma nobleza a través de una partitura que compasea al estilo de
un ángel que te guarda y aspira a que te impregnes de su melodía.
Sumarse en uno nuevamente y vivir con alegría de la vida.
Feliz día.
Feliz día.
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